Segundo Septenio - Pedagogía Waldorf
De 7 a 14 años: El corazón de la infancia.
En esta edad tiene lugar una transición, siendo el cambio físico más importante, la pérdida de los “dientes de leche”.
Por una parte el niño desarrolla una nueva y activa vida de imaginación, al mismo tiempo que una mayor disposición para el aprendizaje en sentido formal. Experimenta y expresa la vida por medio de sentimientos más definidos. A medida que evoluciona durante estos años del segundo septenio, también comienza a desarrollar una aptitud para pensar consecuentemente. Esta etapa ha de ser manejada con sumo cuidado, dado que aunque esta nueva aptitud necesita ser estimulada, la característica esencial del niño sigue siendo su universo imaginativo.
Las exigencias relativas a los contenidos de enseñanza de las diferentes materias han de supeditarse pues, a las peculiaridades de cada edad y así satisfacer las exigencias de la realidad en que vivimos.
El arte de enseñar supone guiar a los niños a un estado de receptividad a través del cual puedan hacer descubrimientos que queden como experiencias profundas. El trabajo de clase puede tener éxito sólo en un contacto directo entre el profesor y el alumno ya que el aprendizaje debe verse como un proceso integral y vivo, no un producto abstracto; aquí el arte no significa un curso específico, sino un proceso activo conjunto entre el conocimiento y la acción.
En la metodología Waldorf no existe diferencia entre los sexos: cantar, ejecutar piezas musicales, hacer teatro, trabajos manuales, jardinería o cursos técnicos se practican tanto por niños como por niñas ya que la práctica de estas actividades no se refiere a su valor artístico, sino a construir puentes hacia el conocimiento mediante experiencias llenas de vida.
En el segundo septenio hemos de dirigirnos al espacio del sentimiento. El corazón y el alma han de verse activados; la corriente de comunicación entre el maestro y la clase han de navegar sobre olas de alegría; una lección atractiva que cautive el alma es tan importante para la educación de la voluntad como para la formación intelectual. Una clase dirigida prematuramente a la cabeza –al intelecto- paraliza la región del sentimiento y deja totalmente de lado el mundo de la voluntad. Es quizás la introducción cada vez más temprana de la enseñanza intelectual la responsable del debilitamiento de la voluntad, de la falta de disciplina y de la apatía al estudio, tan extendida hoy en día.
¿Cómo llegamos desde el punto de vista didáctico al centro anímico del niño? A través de una enseñanza creativa y artística. No para preparar artistas, sino para preparar fuerzas anímicas en las que el niño pueda madurar. La imagen creativa está en medio del contenido y del concepto abstracto; la imagen creativa contiene tanto significado inmediato que llena cálidamente el ánimo del niño. Nuestro tiempo se caracteriza por exceso de imágenes que llegan a través de los medios de comunicación (televisión, radio, revistas, anuncios, video juegos). Demasiados niños pasan su infancia sentados, por ejemplo, ante el televisor. Corren, saltan, brincan o se balancean muy poco. Su sentido del equilibrio se ve escasamente reclamado. No se perciben en movimiento ni a sí mismos ni a la multiplicidad del mundo. Sus vivencias táctiles son escasas, su motricidad fina se halla subdesarrollada por la falta de movimiento.
Los niños perciben hoy de manera distinta a los de antes. Así por ejemplo, manejan fácilmente aparatos técnicos y al mismo tiempo pueden acoger más información que la generación de sus padres, pero carecen de interés por las flores, las praderas, padecen de una crónica falta de imaginación y a nivel de valores humanos los medios de comunicación también ejercen su efecto. Con los medios masivos entra la publicidad en casa. Sus imágenes, las representaciones y opiniones que contienen, dejan su huella en la imagen del mundo de los niños, en sus necesidades y normas. De la televisión los niños aprenden que cuando algo no les gusta, basta con cambiar de canal. Los niños trasladan esos modelos de comportamiento a la vida real.
La televisión no deja que surja el aburrimiento, ni tampoco la iniciativa, no necesitan poner a prueba su propia imaginación para inventar nuevos juegos y formarse un mundo propio. El niño simplemente se limita a tocar el botón. La prolongada exposición a la televisión con su exceso de imágenes atrofia la voz, y con ello el desarrollo del habla. Quien no puede expresarse a sí mismo desconfía también de las palabras de los demás y duda de la posibilidad de solucionar los conflictos verbalmente. Quien no desarrolla adecuadamente el instrumento de la palabra, se aferra al arma de la violencia física. El exceso de imágenes que los niños y jóvenes vivencian, algunas de las cuales no pueden elaborar ni entender, forma parte de las causas de la creciente agresividad, junto con la falta de movimiento y la incapacidad de comunicarse.
Pero los niños y jóvenes no sólo vivencian la violencia en los medios de comunicación, también en el mundo cotidiano que los rodea: en la familia, en la circulación vial, en el lenguaje, en la música que oyen. Sienten la violencia en la vida social y política. La violencia no tiene una sola causa, ni una sola forma de manifestación. Por eso desde la educación hay que combatir la violencia desde todos los niveles. De lo que se trata en la educación Waldorf es brindarle al niño imágenes llenas de sentido que puedan encontrar una resonancia en su alma. En los colegios Waldorf estas imágenes se eligen de forma escalonada de acuerdo con la edad. En la primaria el maestro las crea a través de los tesoros de la narrativa: los cuentos, las leyendas y fábulas son seguidas por los acontecimientos del Antiguo Testamento, luego la mitología nórtica, griega, persa y egipcia. En los cursos se pasa poco a poco de los héroes de las sagas a las grandes figuras históricas.
También en la clase de lenguaje, cuando se introducen las letras o en la aritmética más adelante, o en las lecciones de ciencias naturales, siempre en todas las áreas se intenta hacerlo a partir de la imagen, de una imagen llena de contenido.
En los colegios Waldorf, las asignaturas se dividen en “épocas” durante un período que puede abarcar entre 3 y 5 semanas, la clase trata al principio del día durante dos horas con temas un área específico del conocimiento como por ejemplo: lenguaje, matemáticas, zoología, botánica, historia, geografía, física, química, etc. Este método de “época” produce unos efectos profundos en el alma del alumno que pueden ser decisivos para su vida.
Es importante también que la asignatura que se trabaja en la clase principal se ejercite en el taller de arte, en el aula de trabajo manual o afuera en la huerta o en el jardín. Existe la épocas como de la construcción de casas en donde los alumnos aprenden a manejar el palustre, el cemento, la arena entre otros, y de la siembre en donde se prepara la tierra se siembra y se recolecta. En los trabajos manuales, se hila, se teje, se hace ganchillo y punto. También se hace pintura, se modela con barro y se talla la madera. La actividad propiamente dicha, es la que da vida, forma la voluntad y completa de manera efectiva el trabajo teórico.
Cuando hacia los doce años tiene lugar el segundo cambio físico más notorio y comienza el crecimiento en altura, empieza la pubertad, llega el momento en que tanto lo teórico como lo práctico y lo artístico se dirige a la cabeza.