Tercer Septenio - Pedagogía Waldorf
De 14 a 21 años: Hacia la edad adulta. El juicio racional.
La adolescencia, tercera etapa evolutiva, es crucial para cultivar la capacidad de juicio racional. En esta etapa el alumno es capaz de utilizar su mente como instrumento objetivo.
Otros rasgos de la psicología del adolescente son un idealismo valioso y sano así como una vulnerable sensibilidad hacia sus propios sentimientos y experiencias. Estos aspectos necesitan protección. A partir de la pubertad muchos jóvenes disfrazan su condición interior: las chicas pueden volverse coquetas, atrevidas y desafiantes, los chicos suelen defenderse por medio de comportamientos introvertidos o por una aparente falta de interés en el mundo.
Muy especialmente por los sentimientos de este período el joven necesita de una confianza explícita y de un guía. Con la adolescencia, el sentimiento se libera de las relaciones en que ha estado arropado hasta entonces y se hace oír en el alma del joven, dominado por simpatías y antipatías que fácilmente hunden al joven en el sufrimiento, la desesperación y la depresión. Esto ha de ser contrarrestado ofreciéndole oportunidad de que se concentre con todo su ánimo en algo externo y objetivo. Por tanto en esta edad, las asignaturas artísticas no son un lujo sino una necesidad vital y evolutiva.
A través del dibujo, de la pintura en acuarela, del trabajo con madera, de la música, se modela el espacio anímico tan sensible ahora, y de esta manera se des-subjetiviza.
Otro medio de mayor importancia para descargar ese reconcentramiento desmesurado, es hacer teatro, especialmente en el octavo año, en la cúspide de la edad más impertinente.
Ha de trabajarse también sobre la voluntad ahora más libre y con más fuerza propia, separándola del hundimiento tan frecuente en apetitos o en una agresividad sin dirección. Le hacemos frente directamente sí le hacemos las cosas más difíciles, si le exigimos y le ponemos tareas en las que pueda probar sus fuerzas. Un medio primordial para probarla en esta edad son los talleres que exigen atención del pensar y sensibilidad del sentir, el trabajo con la madera y los metales por ejemplo.
Cuanto más aprenda a esta edad a salir de sí mismo, a entregarse a una tarea difícil que exija mucha fuerza espiritual y física, más sano y fuerte se hará.
Lo más sano e importante de esta etapa es que se trabajen los tres niveles: el intelectual, el del sentimiento y el de la voluntad.
En el plano de lo intelectual ésta educación se lleva a cabo a través de asignaturas especializadas, las ciencias y las matemáticas juegan un papel predominante. No se trata de un aprendizaje memorístico, sino de estimular capacidades creativas. El joven ha de poder decirse: “en ti tienes un instrumento con el que puedes descifrar los enigmas del mundo”, ha de ganar confianza en las fuerzas de su pensar ahora libres y ha de poder entrenarlas, mediante diferentes proyectos investigativos.
El tercer septenio es la fase más importante para la formación de la personalidad. Esto no sucede, como algunos podrían creer, atizando toda llamita de posibilidad personal que surja, hasta convertirla en gran fuego. Se realiza conduciendo las nacientes fuerzas individuales hacia el exterior, hacia hechos reales, hacia problemas de carácter histórico, científico o artístico. Sería totalmente erróneo dejar al joven regodearse en su propio torbellino interno del alma.
Cuando la voluntad del alumno desfallece, tiene el profesor que animarle. Es el triunfo sobre el momento inmediato, de eso depende el éxito.
Si las fases del desarrollo se realizan correctamente, si el cuerpo físico se ha formado durante el primer septenio a través del juego y la imitación, si en el segundo septenio (de 1º a 8º grado) se ha impregnado el alma con imágenes y experiencias poderosas, bellas y llenas de sentido, si en el tercer septenio (9º a 11º grado) el cuerpo anímico ha podido ejercitarse en el mundo a través del pensar, el sentir y el hacer, entonces el ser en su proceso educativo se ha preparado para construir su existencia libre e independiente.